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Tamara Domenech en Un año de sensaciones

Papel picado*

Un camino de papel picado después de un festejo es una constelación de algo que no existe y podría perfectamente existir. Blando. De colores. Azul nube. Verde copa de los árboles. Amarillo rayos de sol. Rojo manzana. Dejaríamos huellas por donde pisamos. Después, con el paso del tiempo veríamos la decoloración como señal de la planificación de una nueva fiesta, agasajo, celebración. De qué. De lo que sea. Cualquier cosa. La nube. Los árboles. El sol. La manzana. A veces cuesta encontrar a alguien que quiera festejar. No digo las mismas cosas que vos. Digo simplemente festejar. Fiaca. Nostalgia. Cansancio. Trabajo. Televisión. El cuerpo se cierra en su órbita. Pierde movilidad. A veces me pasa que siento así la energía de la gente. En sillas de rueda. Sentados. Porque no existen camas con ruedas llevados por enfermeros de civil. Sin uniforme. Nos deformamos. El otro día haciendo mandados vi a una chica, no tendría más de diecinueve, veinte años, en sillas de ruedas. La llevaba su mamá. La hija iba con un ramillete de apio entre las manos. Tenía un vestido gris, zapatos marrones y una manta amarilla. El ramillete de apio erguido constituía una esperanza. Un altar. No como los de antes. Sino como los de ahora. Con quiénes una querría casarse. La libertad no es sólo elegir. Es actuar esa elección, practicarla, predicarla, llevarla a los lugares más remotos. Por ejemplo, la vereda. Un mandado podría ser un paseo. O al revés. No son las cosas que hay que hacer. Son cómo las domás. Yo me doy cuenta que fuerzo hasta encontrarme en lo que haga. Estoy atenta. A punto de enamorarme. Me podría volver a pasar. Me doy cuenta porque me pasó. Son sensaciones con forma de sanación. No son las gasas las vendas las sondas el alcohol. Es una manera de mirar el piso el cielo a los costados. Hay muchas personas que saben lo que quieren mirar. Eligen. Saber es una limitación. En cambio a mí me pasa de no saber. No querer saber más de lo que se presenta. Este piso. El de mi casa grande. Cuatro hijos. Un marido. Dos perros. Cien canarios. Repleto de papel picado. Por partes mojado con agua, jugo y vino. Me indica. No limpies rápido. Esperá. Disfrutá de lo que pasó ayer. También dejalo. Estirar es ir a contramano del mercado. Pensar múltiples posibilidades en la quietud. Sé que podría pagar a alguien para que lo hiciese. En unas horas quedaría todo como si no hubiera pasado nada. La limpieza mata el tiempo. Silencia la música, las palabras, los pasos de baile. Por eso me quedo en este sillón. Traigo sandwichitos. Entra el sol por la ventana. Estoy sola. Ladran los perros. Cantan los canarios. La radio está encendida contando cosas que no oigo. Palabras en el aire como si fueran globos. Toco el piolín de una de ellas. Llego al techo. Me muevo suave. Vivo hasta explotar y cuando caigo, con todo mi peso sobre el papel, no me lastimo. Eso necesito. Caminos de papel. Caminos de color. Caminos de palabras que el tiempo escribe y borra. Caminos en contra del cemento. Anti cementerios. Caminos vivos. Cuerpos que se reúnen y festejan cualquier cosa.

Un hombre

Dos camperas fantasmas en la noche, agarradas de los puños, cruzan la calle. En una esquina una lámpara con forma de luna, apoyada sobre el piso de un comercio exhibe iluminando lo que es el amor. A mi pasó desde joven. No es una ilusión es una ilusión querer vivir día y noche ilusionada. No me gusta la literalidad. Te amo te odio te extraño llego a casa y te llamo. Sorprendeme. Llevame de la mano por una calle oscura sin nombre y hacé que yo confíe. No sé cómo. Eso créalo vos. Con tu imaginación. Casi no hay. Se practica en los primeros años se olvida rápido. La madre el padre las caricias. En seguida viene el deber el comportamiento las notas los resultados. El hombre se las ingenió para ir en contra del amor en todos los ámbitos de su vida y circunstancia. Miedo control apariencia, no sé, qué sé yo, cómo saber. Me hartaron. Cada uno de los hombres que conocí, me quise casar. Ser feliz en una casa con jardín dormir con otro abrazar. Un cuerpo es un jardín. El paraíso de una idea es un cuerpo. En vez de eso. La cantidad de acciones que inventamos para no estar cercanos es inaudita. No entiendo. Subir bajar entrar salir caminar dictar manejar limpiar ir venir. Cómo cambiaría nuestra vida bajo el lema: “Mínimas Acciones”, sería el lado oscuro, el fondo de la bolsa de comercio. El amor dejaría de ser financiero, un espectro. Hola mi amor, cómo te fue. Sentate. Contame. Agarrame y listo. Por ahí me quedo dormida y si sueño algo espantoso cuando abra los ojos lo primero que voy a ver es tu cabeza, tus ojos, tus piernas. Pero no. Todo al revés. Yo pedí entre dientes lo que escribo y a cambio recibí engaños. Qué ve un hombre en una mujer. Qué vi en los tres o cuatro hombres de los que me enamoré. El gusto es una trampa. Que hay buenos mozos, claro que los hay, facheros les dicen mis hijas ahora, pero yo que estudio el lenguaje, es decir, la traición, no dejo de asociar fachero a facho, macho, machete. Qué se piensan que con esas espaldas, con esos brazos, con esas narices. Hacen un esfuerzo para el lado contrario. Si es fácil, por qué la complican. Voy a contarte un caso concreto. Mi primer amor en el colegio secundario. Un hombre con ideas un hombre ideal que terminó siendo un fiasco. El peso de esa cabeza era un ancla. Lo que costaba moverla. No te imaginás. La piel quedaba atontada, quebrada para nada. Entonces para qué besarlo. Si la idea era más pesada que la lengua no sirve. Las relaciones con otros autores más espesas que la propia saliva, no sirve para nada. El otro día me pasó algo inusual. Estaba haciendo fila para tomar un micro de larga distancia rumbo a La Plata, la ciudad donde nació mi padre. Esa es otra historia que ya te voy a contar. Y ¿adiviná lo que me pasó? Mirando para atrás me pareció verlo. Y me dio un calambre, un calor. Volví a girar la cabeza y no estaba más. Hasta que lo intenté por tercera vez y me di cuenta que la suma de distintos hombres creaba una imagen parecida a su rostro. Los anteojos de uno, los pómulos de otro, la frente de otro, los rulitos de otro más. Y recién ahí me di cuenta. Que para hacer uno había necesitado a un montón. Por eso seguí buscando él amor cuando me separé.

Ideal

Un ideal ahorcado con una corbata rayada mitad negra mitad bordeaux. Deja el saco azul echado sobre el sofá acostumbrado a su olor, sin verlo más lo retendrá. Todavía no existen tintorerías de tapizados. El pantalón recién sacado. Queda gacho. Las piernas. Apenas un borde blanco interior de la costura de los bolsillos. Vacíos. El dinero quedó en otra caja. El dinero al final era lo que menos importaba. El exilio. La manutención divertida lotería. Todas las semanas. Sin suerte. Creer que uno no merece. Mecerse en una hamaca invisible entre la vida y la muerte. Esa mujer. Rubia. Alta. Que había conocido en el secundario y nunca más le había soltado la mano. Su única familia. La hija que tuvieron. Cuando regresaron no quiso quedarse en una casa desalmada. Así la veía después de toda una vida. Los muebles en su lugar irradiaban aureolas de amigos que ya no estaban. Se habían ido de la peor manera. La historia asusta. Moda, gusto y tradición. Tres eslóganes con los que nada se define manera profunda. El cuerpo de mi amigo hecho una lámpara con el foco quemado. Una cabeza que apagaba de golpe palabras estreñidas para acontecimientos enormes. ¿O fue al revés? ¿Palabras enormes para acontecimientos estreñidos? No. El amor por la política. La disposición de los cuerpos alrededor de una mesa. Nadie puede quedarse sin comer. Pero no alcanza. Nunca fui de esas que se quedan con los brazos cruzados. Haciendo qué. Esperando qué. Hacerlo. A mis amigos de antes los sigo reconociendo a través de una vitrina que encierra pasos. Para evocarlos, imito sus modos de caminar. Algunos pensarán ¿y está loca? A mí lo que piensen los demás me tiene sin cuidado. Fijarse en otros es correr el foco de tus sentimientos. Por ejemplo. Cuando lo vi no me dio tristeza. Dije lo entiendo. Quién es uno para juzgar al otro. Y en seguida me di cuenta de lo contrario. Uno es un amigo, un familiar, alguien a quien se estaba por conocer. Y lo empiezo a putear ahí colgado desde una distancia baranda piso. Le grito. Este final digno de un exhibicionista. Encima en ropa interior. Y confluyen en un punto de la pared dos matices de luces. Un velador y el farol de la policía. Una luz interior y otra exterior forman una tercera luminosidad sobre sus muslos y su espalda. Mezcla de bronca y encantamiento. En este estado latente en el que ¿hay que bajarte? ¿quién lo hará? ¿habrás pensado en quedar así para siempre? Y por un momento creo que, sostenida tu decisión, se vuelve dulce. Te pondría boca abajo sobre el techo, tus brazos extendidos, tus piernas como si fueras un pájaro. Así hasta desvanecerte. En tu casa nido nadie abriría la puerta durante años. Y si siguiera viva me llamarían como tu confidente y yo entraría sin miedo. Sólo juntarte del piso de manera suave. Sin la necesidad de ningún forcejeo. Con guantes de lana o piel poner cada pedacito sobre un pliego de papel manteca estampado con el manifiesto y envolverte. Hasta hacerte entrar en un sobre muy grande y llamar a quienes te amaron y pedirles que se pinten los labios, hombres y mujeres, para dejar besos rojos.

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Estos capítulos pertenecen a la novela Eyo –Ella y Yo- de próxima publicación en tiempodorado.com

Tamara Domenech

La Plata, 1976. Vive y trabaja en la Ciudad de Buenos Aires. Es Licenciada en Comunicación Social (UNLP), Diplomada en Gestión Cultural (UNSAM), escritora, editora y artista visual.

Su obra escrita puede descargarse de manera gratuita desde el sitio: tiempodorado.com