Después de viajar en motocicleta uno se baja con la vibración del motor en el cuerpo. Poner los pies en la tierra después de amar a alta velocidad en un mundo paralizado y alejar del cuerpo el ruido es el ejercicio de esta novela. En ella cada carta, a filo de palabra, desteje piel y vestido; arrastra el deseo en los lugares que testificaron el amor y su contraparte vagabundo: el desamor. Despedirse será siempre una estampa en negativo, cartas que no se envían sino que se liberan por los espacios en blanco y se resignifican cuando se comparten para ser leídos.
Zayil
Eurídice sale de paseo (digamos contenta, digamos despreocupada), un tal Aristeo la persigue (sí, por su belleza de ninfa, la persigue y ella hace lo que sabe que tiene que hacer: corre). Al escapar, Eurídice es picada por una serpiente (¿funciona acá también la serpiente como símbolo del conocimiento? ¿es la mordedura por donde entra el saber?) y muere. Se vuelve sombra en el infierno. En la tierra, queda Orfeo, su esposo dolido, ¿desesperado? por la pérdida. Orfeo usa su música para seducir, así llega al inframundo y convence a Hades de dejar ir a Eurídice. Sólo hay una condición: no puede voltear a verla hasta salir (debe confiar). Ya lo sabemos, Orfeo se da vuelta justo antes y Eurídice se pierde. En 167 cartas para despedir a un amor, se propone una nueva versión de Eurídice, una en la que tiene voz, cuerpo y escribe su historia para sobrevivir. M relata la felicidad de la seducción órfica de H, y vive una relación que, poco a poco, se convierte en un páramo plagado de incertidumbre y mentiras. De todas formas, M no busca ser rescatada, desea respeto y correspondencia amorosa (en su pleno sentido). Empezará por escuchar a su cuerpo alertándola sobre esa música que embriaga y daña. El viaje, entonces, es el de la heroína que se rescata a ella misma cuando el amor vuelve en sí, a sí, y comprende que hay posibilidades de amar sin ser destruida. La prosa de Miroslava Sandoval es impactante, precisa, poética. Queremos seguir sin parar y acompañar a M en esta transformación que no cesa de escribirse también en quienes estamos leyendo.
Karina Macció
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2.
Nunca había escuchado ni leído tu nombre: H G L.
Al inicio, sólo formaba parte de la lista de docentes que impartirían clases en el diplomado Fundamentos de la literatura universal. Realicé todo el proceso para ingresar: actualicé mi currículum, escribí detalladamente la carta de motivos, pedí a mis conocidos las cartas de recomendación y, por último, asistí a la entrevista que me realizaron en la explanada de la universidad.
–
Ahora mismo no estoy escribiendo formalmente. Trabajo como monitora de un proyecto educativo, pero no quiero dejar de estudiar –dije nerviosa al hombre que me hacía toda clase de preguntas y no apartaba la mirada de mi rostro.
–De acuerdo, es todo. Subiremos los resultados en la página para que estés al pendiente.
Un mes de espera y al final, mi nombre apareció en la lista. Las clases se impartirían todos los miércoles de siete a nueve de la noche durante un año.
En la primera sesión vi a más de 25 personas acomodándonos en el aula, no alcancé a distinguir quiénes eran docentes y quiénes estudiantes, y la mayoría se sentó en las sillas que estaban alrededor de las mesas. Decidí quedarme de pie cerca de la puerta, no soy una persona tímida pero no me gusta correr para alcanzar un lugar y ocuparlo, mesura, me digo siempre, como no queriendo molestar a nadie ni ser inmediatamente vista. Desde ese lugar repasé con la mirada los rostros de los que serían mis compañeros y compañeras, nadie me era familiar y de momento ¡tú!
¿De dónde saliste?
Estabas sentado en silencio. Usabas una camisa de algodón gris de manga larga, un pantalón negro y tu cabello amarrado a la altura de la nuca, te colgaba del cuello una delgada cadena de plata. Miré con detalle cómo tus manos delgadas alistaban tu tablet para colocarla sobre la mesa, ibas de la pantalla del celular a la tablet, y con menos entusiasmo, levantabas de vez en vez la mirada para atender a tus interlocutores. Tú no hablaste, fue otro docente el que te presentó.
–El profesor H G L, es doctor en Filosofía y Estudios Clásicos, en su tesis doctoral aborda el tema del alma y…
Trataba de escuchar, pero me distraía en tus gestos. Tus labios pequeños y lo oscuro de tu cabello.
–el alma y su relación con la corporalidad –decía una voz lejana.
¿De dónde saliste?
Esa noche volví a casa muy contenta.
R, con quien había compartido los últimos seis años de vida, me recibió con la cena. Él estaba emocionado por el inicio del diplomado porque eso significaría que haría algo diferente y fresco. Honestamente, llevaba un par de meses desajustada del corazón y con pocos anhelos, me sentía cansada de mi trabajo rutinario que me alejaba de la escritura. Toda la dinámica de nueve a seis de la tarde, de lunes a viernes me tenía fastidiada.
–¿Cómo te fue?
–Bien, mucha gente, contenta, presentaron a los docentes.
–¿Quiénes son?
–Pues, A y J y C… ¡ah! y también H.
–Ah, sí, a él lo conozco, me parece atractivo.
–A mí no –respondí negando con la cabeza.
Miroslava Sandoval