El pibe salió boxeador - Gaia Orbe

Explorar, 96 páginas, 2025

Comprar Libro

Resulta que decían que el pibe era autista. Resulta que decían que nunca iba a hablar. Resulta que en su familia a nadie le interesaba el boxeo. Le regalaban autos y pelotas. Resulta que no leía ni escribía. Pero un día habló. Y un día eligió ver boxeo. Otro día se aprendía nombres de boxeadoras y boxeadores. Y un día estaba leyendo con el dedito apoyado en la tele, la traducción de una entrevista a Tyson. Entonces fue escuchado con atención.

El pibe tenía un sueño. Su sueño era salir boxeador. Y un día se calzó sus propios guantes y lo cumplió.

Gaia Orbe nos invita a recorrer su vínculo con Martín, su hermano, en una serie de escenas que forman una novela conmovedora. Con una manera cálida, precisa y, por momentos, desbordada de agotamiento o ternura, la autora convierte la cotidianidad en literatura. No hay en esta historia romantización sobre el cuidado de una persona en situación de dependencia: hay honestidad. Y hay preguntas que interpelan, aun cuando no se formulan explícitamente: ¿cuánto amor hace falta para armar un mundo inclusivo? ¿Desde qué lugar se construye la igualdad? ¿Con qué herramientas?

Virginia Janza

*

LA BRAVA Y LA MANSA

Anhelaba estas minivacaciones porque, aunque el año anterior me había jurado parar antes de agotarme, no pude hacerlo. Mis trabajos, los innumerables trámites en relación a mi hermano y las subidas y bajadas emocionales de la vida me tenían atrapada. Cuando me di cuenta de que estaba a punto de colapsar, junté valor para dejar a mi hermano en Buenos Aires, y armé este breve descanso del otro lado del charco que nos separa de Uruguay.

Es octubre y aún siguen apagados los semáforos de Punta del Este. La ciudad está casi vacía. Los pocos turistas son en su mayoría brasileños de la Frontera de La Paz: Chuí, Santana do Livramento, Quaraí y Jaguarão. Por lo que escuché anoche en el hotel, ellos aprovecharon el feriado largo por el festejo de nuestra Señora Aparecida y vinieron a estas costas como es habitual para la fecha. Luego de andar dos días a ritmo uruguayo, estoy lista para terminar el libro sobre mi hermano Martín. Él está en casa de Germán y Milena. Me estoy riendo porque me parece escucharlo:
—¿Cómo me encontraste el Club de los sábados?
—Por internet, Martín, por internet.

Un 7 de julio, en el año 2014, Nancy, la madre, cruzó el puente. Había peleado contra un cáncer de mama durante cuatros años. Luego llegó la leucemia postquimioterapia y su cuerpo se agotó. Vivimos tres meses de mucho dolor hasta que, un domingo, ella me hizo buscar todos los papeles de Martín y nos despedimos con la promesa de volver a encontrarnos.

El 7 de setiembre de ese mismo año, Pepe, el padre, se fue sin despedirse y cruzó el puente también.
Esa misma noche, Martín dejó la casa en la que vivía con nuestros padres con tan solo su mochila, preparada con una muda de ropa para ir al instituto terapéutico.
Nos acomodamos en mi departamento de dos ambientes. El pibe se instaló en el living, en el sillón cama en que dormía siempre que venía de visita o de vacaciones. Compré un mueble pequeño para que pusiera sus cosas junto al escritorio.
A la tercera noche de estar viviendo juntos, sentí ruidos y me acerqué al sillón. Martín hacía esos movimientos rítmicos de las manos y los dedos con mucha energía. Habitualmente los usa para calmarse, pero esa noche tenían una velocidad diferente. La rapidez no permitía casi verle las manos.
Me sentí impotente. No sabía cómo detenerlo. Entonces con la firmeza de la voz de mi alma le dije que todo había terminado. Que, si quería decir algo y no podía, lo dibujara. Pero que si él no hablaba, yo no iba a comprender. Inmediatamente paró el movimiento. Fue al baño. Fui al baño. Nos recostamos otra vez. El pibe volvió a levantarse en silencio. Al rato yo estaba en la cama mirando el techo y él me trajo un dibujo.
Había dibujado al padre de color gris y a la madre de color blanco, de las manos, en el cielo. En la misma hoja, pero más abajo, estaba yo de color negro y él de color azul, también tomados de las manos, en la tierra. Entonces juntos nos pusimos a reordenar el armario de mi cuarto para tener espacio para los dos, y después... Después todo lo que se vino.

Gaia Orbe