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Escribir es la forma imperiosa tratar lo invivible, pero también una actitud gestual, una gimnasia, algo que va más allá del sentido, para ser ritmo, golpes de tambor, juegos en el espacio, manía desatada o herramienta, a todo se echa mano en ese trance donde nada parece suficiente. Hasta que un día algo afloja, algo cae, la hoja se desprende llevándose un pedazo de nosotros, de nuestra historia. Este estrago vivido, el absurdo sostenido, es mi potencia, dice Gabriela Aristegui. Quizás sea eso, siempre hay que hacer un duelo, separarse de algo para asumir el propio poder, para seguir viviendo y, en casos como éste, para volver a escribir otra vez.
Mario Nosotti
Gaba Aristegui registra en estos poemas el ritmo del dolor, del placer y de la esperanza. La escritura se abre y se cierra, se mueve en la página, late, se apresura, se aglutina. Se confunde erótica o se quiebra, desconsolada. Pese a todo, aparecen ciertas piedras de toque, o de fundamento, para la reconstrucción: escribir, esperar y creer. ¿En qué? En la alquimia de la propia escritura, en la revelación de sus sentidos, en el aire que esas iluminaciones generan. “¿Podré vivir en el aire del a-mar?”. La delicada confección de la pregunta, la separación del verbo amar que se vuelve marino, viento y ola, otro paisaje, la inmensidad de la playa, responde. Del yo duelo al yo vuelo: “Entonces ubico una letra / Pequeña escritura del poema”. Del estrago como forma de la ruptura en la poesía: es esta metamorfosis la que levanta vuelo. Y es bella.
Karina Macció
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2
Despertar.
El no-retorno a la calma, al olvido, a la cama.
Malestar de un destello que asoma.
La urgencia por escribir, escribirme, todo el tiempo.
Me duele.
Un tirón en el pecho. Me asusto.
Amanezco.
Miedo a morir de tanta intensidad.
Quiero y no.
Quiero y no.
Y no quiero.
Precipitarme así, en la densidad de un puñado de emociones agrestes.
Borbotones de sentidos. Desaires se agolpan. Excitaciones Violetas.
Otro, en este instante, podría afirmar mi manía (si pudiera entenderme).
Mi locura trasmutada y mezclada en angustia de un domingo por la mañana.
Pero nadie hay despierto. Seguro. Son las 6 a.m.
Gris.
Invierno.
Hoy tengo nubes negras que se aclaran en el mismo instante del trazo.
Solo así esta mañana el pecho se alivia.
Resisto, pero me entrego.
Una bola azabache ubico aquí, revolotea como cascarita quemada.
Gira.
Vuela.
Aletea.
Aligera la molestia de un despertar de madriguera. Aristas ahumadas. Puntitas de Diamante. Pican.
Pensar es un tormento. Sentir es un lamento.
No quiero pensar más. No quiero sentir así.
Intenso.
Hoy no pretendía despertar.
Anhelar dormir y olvidar.
Pero insiste, la cosa insiste.
ESO, insiste.
¿Qué?
No sé.
ESTO.
Es objeto.
Pulsar y Eyectar esta locura. Una bravura que envuelve, una urgencia.
Dudo dónde está, qué quiere decir, qué pasa, qué arrasa. Tengo miedo de lo nuevo.
Mirar la noche de una mañana de domingo.
Es mañana y es noche y es domingo.
La letra me es urgente.
Decidida.
Confiada.
Me alivia.
La letra hoy drena la rareza.
Pinta en el cuerpo lo nuevo, así estoy.
Soy impura.
Ambivalente.
Llevo una rima conmigo
Este algo que me habita en la cabeza.
Un ritmo.
Un pulsar.
Una métrica.
Una poesía.
Es acostumbrarse a vivir así, con las palabras encima. Loca.
Y despojada ya... Entra-Desvela-Pasa-Escribe Todo puja por salir.
Gabriela Aristegui