Ir-al-hueso - Animales Hambrientos - Volumen 3 - Gabriela Orlandi

Bolsillo, 68 páginas, 2024.

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El sintagma “ir al hueso” me lleva a pensar un sentido que se abre al utilizarlo en distintas expresiones. Decimos, por ejemplo, “llegar al hueso” para referirnos a lo central de una cuestión, pero también podríamos usar “pelar el hueso” para aludir a la acción de quitar con la boca toda la carne, vinculada a los animales. El yo poético abandona representaciones frecuentes sobre la escritura de poesía, para dar lugar al inicio de una metamorfosis en cuatro capítulos: “la poesía tiene su belleza clásica, ni la recuerdo”. En este laberinto de situaciones under, es fundamental no sólo el hallazgo del cuerpo transformándose en animal, sino también que esta metamorfosis detonará la noción de espacio: “descubrir el espacio es una verdadera adicción a la fuerza poética”. Entendiendo descubrir como el acto de poner en palabras, ir-al-hueso desarticula las dicotomías cuerpo/entorno, adentro/afuera, humanos/animales, humanos/naturaleza, lenguaje/objetos. Así, no crujen las ramas silvestres, crujen las arterias; el yo golpea con el hocico y acaricia rumores; las palabras se pueden tocar y comer: “en migas de pan y letras pasamos la tarde”. En definitiva, esta transformación habilita un decir no domesticado, un correrse de los encasillamientos para terminar afirmando: “Llego empachada al hueso / ya pelado / descascarado / en pulsión / brota enérgica / soy un animal libre / aterrado que come / en una metamorfosis poética”.

María José Medei

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+
   Ya
fuera de casa
escapo con la imaginación
no soy nadie
oculta me hundo
en charcos de alcohol
escapan risas
sobre almohadas de hospital
en cada pitada
pregunto
       qué vida dejé.

+
Erizada delicia
    nos-comimos
sobre las sábanas del loquero
entre risas masticando fugazzeta
quedé hechizada:
               en un duelo de medusas.

Gabriela Orlandi