Vapeo - Sol Medina Boiko

Explorar, 112 páginas, 2024.

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¡A cierta distancia por favor! Pongan filtros que el río transparenta su fauna y su barro gelatinoso espanta.

¡Filtros filtros por favor! Pero no de esos que ofrecen las App cuando te suscribís para ser Pro. Filtros de aire y agua como los que nos ofrecés vos. Signos de tierra y de fuego atenuados en su gravedad de tener que mantener las piernas siempre sobre la tierra. Nos hacés pasar por la E x p a n s i ó n de ese instante robado a Cronos.

Nos hacés flotar en ese silencio acuoso donde nadás.

Fernanda Restivo

“Ella no fuma, vapea. Succiona ilusiones en vías aéreas, se convierte en artefacto humidificador de sus peores desiertos”. Ella no fuma, podemos decir, ella juega, ella escribe, hace formas con las letras, como si fueran partículas en el aire, o notas musicales, ingredientes de una torta secreta, hojas de una enredadera, hechizos.

En este primer libro de cuentos de Sol Medina Boiko, nos aventuramos a un recorrido por el mundo que guarda mucha infancia, pero también locura, exceso, obsesiones. Una carta a Clarice Lispector funciona como epílogo y homenaje de esta escritura: todo es posible, solo hay que ser capaz de imaginarlo, o dejarse llevar por quien lo está haciendo. Por eso, cada uno de estos relatos intentan despegarse del papel -como guiones medios de humos- para proyectarse ante nuestros ojos llenos de sensaciones, a veces ácidos y nostálgicos, siempre musicales, sorprendentes.

Karina Macció

*

Te rebuscaste

Primero el verbo:
     te rebuscaste
              en modo indicativo
        me decían mis adultos
cuando era chica

Te rebuscaste
sin querer queriendo
conjugada en actividades de otros
consiguiendo en esos laberintos ajenos
algo de lo que deseaba
sorprendiéndolos
sorprendiéndome

Te re buscaste
escribo en presente
convierto el verbo
                en verso
en medida de tiempo
encuentro posible
en la ficción arriesgada
de un poema

*

Estuvimos listos en minutos, nos subimos al auto y llegamos después de una hora y media de andar. Hacía frío, usábamos camperas inflables enormes que nos complicaban algunos movimientos de brazos. A pesar de esto, llegamos al estacionamiento y casi todavía en marcha, nos bajamos desesperados para entrar al Italpark.

Cada instante contaba, cada segundo estaba hecho para jugar, para subir a las tazas locas, al martillo, a los autitos chocadores, al tren fantasma, al pulpo, al barco pirata, para comer pochoclos o algodón de azúcar, para disfrutar sin parar de toda esa maquinaria de diversión bailando a nuestro alrededor.

Mi hermano corría de un lado a otro y tironeándole el pantalón a mi papá le rogaba que hiciéramos la fila para cada juego al que quería entrar. No le importaba si había cien personas adelante o si nos congelábamos, nos aburríamos en la espera, no le importaba nada. Él ya tenía planeado desde casa a qué juegos iba a ir. Porque desde chico fue así de perseverante, si había algo que estaba seguro que quería conseguir, insistía hasta el infinito. Soportaba lo que fuera para lograr eso que quería. Al principio esta persistencia se vestía de capricho, y a mí me molestaba, pero después, alcancé a ver en ella una montaña de empuje.

Caminaba despacio, tanta gente amontonada me hacía doler los ojos. Cuando había mucho para mirar, me era difícil resignar una parte y me esforzaba por verlo todo al unísono. Así empezaban doliéndome los ojos y después la cabeza entera. Tantos juegos, tantas personas, tantas cosas moviéndose me mareaban. Cuando descansábamos un rato en un banco me encantaba mirar los juegos sin estar en ellos. Desde lejos. Las tazas locas eran mis preferidas. Se veían hermosas desde afuera. Estaban pintadas y me hacían acordar a Alicia en el país de las maravillas. En mí último cumpleaños me habían regalado ese libro con ilustraciones brillantes, en las que estaba Alicia, con botitas rojas, tomando el té al lado del Sombrerero. Y esas tazas girando eran iguales a las del cuento. Las miraba y pensaba que cuando Alicia se encogía hasta hacerse pequeña, las tazas debían haber sido así de gigantes para ella. Me daba un poco de pena, Alicia, cambiando constantemente de tamaño, de espacio, de tiempo. Pero también la sentía curiosa y viva, yendo detrás de ese conejo blanco, de ojos rosados, que sacaba un reloj de su chaleco, y repetía es tarde, es tarde, voy a llegar demasiado tarde, como si fuera un disco rayado.

Sol Medina Boiko