El hombre que no duerme - Ignacio Uranga

Bolsillo, 200 páginas, 2021.

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Caemos en espiral, vamos abajo, al centro de algo, al cielo, al infierno, a la estructura esquelética de la novela. Caemos, vemos en las vueltas cómo todo se repite, pero no es igual, solo parecido. Algo es similar y algo distinto. La trama avanza, es un policial. Las palabras nos resuenan, pasan de la boca de un personaje a otro. También los gestos: Momento, momento, ¿pero qué son estos personajes? ¿Y por qué se comportan así? ¿De dónde surgen estos fragmentos discursivos que se cuelan, invaden las voces? Tal vez estemos cayendo en ese estado limbo entre el sueño y la vigilia porque de los personajes quieren brotar también animales. Pero, ya lo dije, esto es un policial. ¿O es un poema? ¿Un ensayo fragmentado de filosofia? ¿Una obra de teatro? Un hombre que no duerme es una novela, una de esas en las que el final no está ni cerca del que estabas esperando.

Eugenia Coiro

*

En determinadas circunstancias cuento con un colaborador–ayudante, Benito Sánchez Quijano: treintaicinco años, gordo, petiso, con barba extravagante tipo cola de pato. Siempre le expresé las reservas que requiere cualquier investigación, pero era terco. Terco, filosófico y con un poder de imaginación asombroso. Su mayor virtud: la fidelidad. Además, Benito aceptaba cualquier caso sin hacer preguntas. De manera que tomé el teléfono y lo llamé.

—¿Quién molesta? —dijo al otro lado la voz de Benito.
—Campagnuolo —le dije—. Tengo un caso.
—Jefe. Claro. Cuente conmigo.
—Voy a indicarte una dirección.
—Claro, jefe. ¿Tiene para anotar?
—¡Ay, Benitín, eso tenía que decirlo yo!
—Cierto, jefe.

Ignacio Uranga