La precisión en la poesía es un arte difícil de lograr. “Lo importante en el lenguaje es la precisión” afirmaba certeramente Paul Celan. Cada palabra tiene su peso, y cada nombre su destino. El espacio hace su parte, la lucha ante el abismo de no decir nada y caer. Es un riego que siempre se corre en la poesía: el vacío, el silencio, el rigor. En La fauna de un topacio, de Néstor Cheb Terrab, la precisión es justamente el eje central de todo el libro. Cada verso viaja como un río controlado, se adentra a los interiores del espíritu, y va dejando en su constante movimiento la grafía inusitada de un vuelo inesperado. El poeta viaja, las palabras viajan, y cierran un círculo en cada morada. El poeta dice maravillado: “el glaciar es un pájaro” y recombina palabras de otros cielos aparentes, arenas rojas, líneas de nazca, urubamba, el río de la dicha, otro imperio, gotas que viajan. Lo breve, lo preciso, lacrado aquí en esta planicie no funciona como la imposibilidad de abarcarlo todo, sino más bien como un rigor verbal que porta sentido a lo que nombra. Aquí la fauna es un zoológico verbal, geología de lo exacto, hábitat de lo cotidiano, sol de oro. Así, plenamente este libro lo confirma.
Miguel Ángel Zapata
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