Mineral describe el camino del héroe enamorado, del poeta mítico. El héroe de los cuentos antiguos, previo al enamorado del romanticismo alemán. El héroe príncipe azul que luchaba con bestias mitológicas y dragones, atravesaba laberintos y se hundía en el infierno para encontrar y salvar a la amada. ¿Salvarla de qué? De la soledad, claro. Y en ese encuentro se descubre también la propia salvación.
“Pero hubo otras piedras, en las que quiso tallar su propia alma, para latir por siempre dentro de ellas”. Piedras son las palabras que se esculpen, con la sutileza del artesano y la fuerza del tallador. Las palabras se encuentran en los acantilados, en el fondo del mar, en un territorio despoblado, en el cuerpo de la persona amada, “en el registro de lo que vive”. Ese lugar al que siempre deberíamos ir aquellos que buscamos poesía.
Virginia Janza
Mineral logra un efecto que sólo la poesía alcanza: que algo plano, chato, de material rígido, se transforme en fluido, se deslice, nos bañe, nos acaricie. La palabra, esa sucesión de sonidos que plasmamos en un significante escrito, esas letritas que unidas permanecen, ¿nos hablan? ¿nos dicen? ¿Son capaces de transmitir lo que queremos? Tan básica esta pregunta, tan inexpugnablemente real, como chocar siempre con la misma piedra. Decir Te quiero, Te deseo, Te amo, ¿cómo? Parece imposible, las palabras se ensucian, se gastan, se vuelven clichés, pozos sin fondo donde todo lo que solían convocar ahora se halla perdido o desdibujado. Sin embargo, ésta es la tarea del poeta. Contra la misma piedra, hacia lo incomunicable, hacia lo irrepresentable, allá vamos. Es la gran aventura que nos mantiene encendidos: que nuestras palabras-piedras sean preciosas, guarden el sentir y abran el sentido en su relumbrar. La poesía de Daniel Cáseres vuelve cada página agua transparente donde nos sumergimos, nos reflejamos y podemos brillar.
Karina Macció
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