orillas de la luz tiene la virtud de sorprender en cada poema con un tono y una forma nueva. Desde la nostalgia, la melancolía, la alegría o la exaltación, este libro de Carlos Flores me lleva de paseo por sitios que poco a poco se me vuelven familiares. Son paisajes diversos en los que el agua es marco omnipresente y protagonista: “El agua horada la costa / puedo al fin / verte nadando / vestida de escamas doradas / de hojas”. Son orillas hechas de tierra, agua, árboles y lágrimas de un paisaje real, visible, asequible. Recorren caminos, cuerpos. Tienen nombre, espacio, voz y origen: Corrientes. Agua, movimiento, plural. Una geografía topográfica y humana en particular. El autor escribe desde su provincia, desde su pueblo, y cuando nombra el libro, con estas orillas de la luz, regresa al lugar del que no se ha ido nunca. Un lugar que le dará un escenario, y también un ritmo que lo hará único.
Eugenia Coiro
No conozco Corrientes, he pasado, pero no conozco. Y sin embargo “corrientes”, esa palabra-nombre propio de un lugar que puedo imaginar y sentir a partir de estas orillas de la luz. Lo natural es algo que este libro intenta (d)escribir, mostrando lo imposible de esa tarea. Una vez más, la poesía va hacia aquello que nos desafía, aquello que sucede pero que no se entiende: “amanece en Corrientes / tal vez fue un sueño / pero la lágrima cae / cae / no entiende la sed lejana / que hace morir al mar”. Alejandra Pizarnik, Oliverio Girondo y Marosa Di Giorgio, tres poetas y tres estéticas que Carlos Flores convoca para dibujar sus letras que titilan de luz, que buscan la música del río correntoso o calmo, el erotismo profundo de los cuerpos que son todos (humanos, vegetales, animales, minerales) unidos y confundidos en el paisaje: “la fruta es parte de tu cuerpo / me decías: hay un puñado de estrellas / hirviendo dentro de la piedra”. Hay un puñado de poemas resplandeciendo dentro de este libro. Abrilo.
Karina Macció
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