Rápida y vertiginosa, la escritura destella, explota, viaja, se transforma. Hay una mirada pequeña que se mantiene, esa niña que se transforma no deja de ser niña. Podrá volar como pájaro o en avión, cruzar océanos en barco o ser pez, andar a caballo o volverse potra, pero siempre es niña y mujer, hija y madre, poeta y viajera. En un instante, puede convertirse en lo que desea; no sentir más que pérdida al siguiente. Ser algo, no ser, discrepar, divergir. Entre la tragedia shakespeariana y la reflexividad, multiplicidad, de Pessoa, la voz de Wong no cesa de bifurcarse, encontrando en esos giros una mezcla de ardor y tristeza nostálgica, una saudade musical muy particular.
El reconocimiento ineludible de las heridas propias y heredadas abre el camino para esta escritura viviente, mezcla preciosa de carne y terciopelo, de vidrio y fuego, que no cesa de mutar frente a nuestros ojos y así, incisiva, veloz, nos cambia.
Karina Macció
Si Louise Bourgeois hiciera llover flores y viajara de China a Perú, de México a Buenos Aires, tal vez escribiría poemas como los de Julia Wong K. Me quedo extasiada como ante la madre araña gigante, sorprendida y hamacada por las palabras recuperadas de los baúles, se arruma mi cabeza entre barcos, nubes, bollos de tules rojos sanguinolentos brillantes. Un libro para entrar en un mundo de barro y princesas reales, en el que el lector no queda a salvo de nada. No hay maquillaje, formalismos, no hay mano sobre el hombro, nada que busque detener el arremeter de estos versos viscerales. La guerra, el amor, la sangre, las ciudades con su belleza despiadada, la enfermedad, los vínculos más entrañables, efervescen en un vaso que uno quiere tomarse de golpe, a pesar de que una tras otra, sin descanso, las imágenes explotan burbujeantes y se acumulan en la boca. No hay respiro.
Eugenia Coiro
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Giacometti
Para nosotros los Wong / un apellido del sur de China
El tánatos es un eterno constante
Mires por donde mires
Desde esas barcas que nos trajeron al fin del mundo
Apuntamos en cuadernos negros a temprana edad
La partida de amores y niños felices
Nos jalaron el cordel del cerebro
Nuestras vértebras se enfriaron con el frío de los muelles
Encanecimos / aunque había tinte para fingir que el fracaso
no era inminente
Nos manchamos la cara de audacia
Caminamos solitarios con los omóplatos anchos
Aunque nos golpearon las vértebras
Nos acusaron de ladrones
Nuestras cinturas entraban en el puño del silencio
Bailábamos solos / convertimos juramentos
Unificados con el fierro a moldear no opusimos resistencia
Así la fragua nos dejó gotear sobre la mesa del herrero con cucharita
(Ni de palo / ni de chancaca)
Cortamos la manija al titiritero
Aunque piojosos y desdentados nos erguimos goteando
nuestra inequidad
Luego posamos para un maestro
Él nos hizo largos y descabellados
Fuertes / petrificados en nuestra angustia
Julia Wong