El universo de Mariana Lagarrigue es un cosmos en continua transformación. Un animal que no define su forma; no porque no la tenga sino porque está en continuo proceso de cambio, tantas lecturas pueden hacerse del mismo. Animal, bestiario, jungla y, aún así, un solo acto: todo se define (aparentemente) en ese único instante, en esa perentoria situación.
El libro es un fulgor y, al mismo tiempo, el recorrido que describe dicho fulgor. Un único acto y tres escenas. Duele también. Como duele lo cotidiano. De escritura verborrágica y rebelde, clara (valga el adjetivo que remeda a la protagonista), fervientemente astuta, manejando con contundencia una tensión casi molecular, nos hace sangrar: palo que golpea, pala que horada la tierra. Pezón que sangra y que “no cicatriza” porque una trenza (la que todas las mañanas le hacía “cuando la peinaba para ir al colegio”) se ha quedado sin Niña.
Ana Guillot
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